Soy la encarnación de la fortaleza y la fragilidad unidas a una gran belleza y al recordatorio constante de que todo esto es finito. Soy Robin Wright. Estoy envejeciendo pero conservo la capacidad de seducir que me ha acompañado a lo largo de toda mi carrera.
Nunca se me consideró una gran actriz, aunque sin duda lo soy y lo he sido. Mis trabajos queden muy lejos de los de Meryl Streep. No soy una estrella y no es que no me puedan dar un Oscar, es que ni siquiera me importa. Tampoco he trabajado en tantas películas…
Soy etérea y soy corpórea. Puedo interpretar todos los matices de un personaje, desde la maldad maquiavélica hasta una bondad nunca demasiado inocente. Los personajes que encarno se hacen inolvidables.
Tal vez sea mi mirada, que cada día es más profunda. Tal vez mi capacidad de sufrimiento, que reprimo a la vez que dejo entrever en la pantalla. Soy compleja siendo simple. Soy uno de los últimos ejemplos de que las mujeres de Hollywood pueden tener protagonismo pasados sus cuarenta.
Eterna e inolvidable princesa prometida, también he pasado por culebrones de la costa oeste. La mía ha sido una carrera sin ruidos ni estridencias. Me muevo con suavidad y dureza, en la piel de los personajes.
Fui modelo adolescente, nací en Texas, me crié en San Diego, tengo una sonrisa maravillosa y una mirada que ha visto de todo. Aunque a veces me veo simplemente como una California Girl.
He hecho mi trabajo, he vivido mi vida. Soy intensa y genial para los dramas. He brillado junto a Kevin Spacey en House of Cards…
Pero me encantaría hacer una comedia. ¿Llegará la oportunidad? Pues seguro que sí, porque a mis 48 años… ¡me siento tan lanzada como Fast Eddie Felson al final de El color del dinero!
Ah, por cierto, también me han convertido en dibujo animado en El Congreso, con un papel en el que me interpreto (casi) a mí misma. Sigo jugando en los límites de la realidad, del yo, de una artista.